Ese día Jorge abrió la puerta con su habitual sonrisa amable y se disculpó por el recibimiento, el cartero traía una carta especial, ese tipo de cartas que no se echan al buzón como correo ordinario, ésta era distinta, era necesario entregarla directamente y había que firmar al recibirla. Por ese motivo el cartero abrió su gran bolsa de cuero repleta de cartas de todos los tamaños, mientras intentaba afinar el oído (en medio de aquellos ladridos ensordecedores), y escuchar la disculpa de Jorge que no había tenido otro remedio que levantar el tono de voz:
-¡Aquí no hace falta alarma!, dijo casi gritando. Como ves, ¡la casa está segura!.
-Lástima de dos excelentes sabuesos que el cuerpo de policía ha perdido. - contestó el recién llegado.
Ellos no pasaron por alto aquel comentario, ¿serían en realidad tan buenos perros policía como opinaba aquel señor?
Muchas veces viendo películas también lo habían imaginado, y a eso jugaban en la terraza cuando estaban solos. Esto pensaban sin detenerse, sin parar de ladrar, mirando de reojo con cara de malos, iban de un lado a otro de la sala víctimas de una gran ansiedad (solía ocurrirles cuando comprobaban que su estrategia de infundir miedo o respeto no funcionaba), corrían a toda velocidad sin chocar contra nada, sorteando obstáculos, desesperados por llamar la atención. Y mucho más ahora que alguien les había llamado "perros policía" lo máximo a lo que aspiraban.
El cartero continuaba conversando, esta vez se refería a su perro, -"es mucho más grande que estos" -"Es un Pastor Alemán".- decía.
- Sí, eso de más grande habría que verlo, y además, si es alemán no se entenderán sus ladridos - pensaron ellos.
Los oídos siempre atentos a pesar del alboroto, los pensamientos quedaron nuevamente interrumpidos cuando, ante la sorpresa de todos los presentes, aquel hombre al que Jorge llamaba Paco dijo:
-¿Vive aquí una señorita llamada Mini?
-Sí, aquí vive contestó Jorge.
-Alguien había dicho Mini ¿Qué podía significar? se detuvieron súbitamente. Quedaron quietos, inmóviles como estatuas, paralizados al escuchar la pregunta que formulaba aquel extraño enemigo, alguien tenía que explicarles qué ocurría.
Habían visto alguna situación parecida en las tardes de cine (cuando se quedaban solos cuidando la casa y viendo alguna de sus películas favoritas), pero esta vez era distinto, esto era real.
El cartero se despidió con una sonrisa cómplice para continuar su tarea y Jorge cerró la puerta con la carta en la mano.
Antes de explicarles el significado de ese extraño papel y el porqué un señor desconocido había mencionado el nombre de su madre, era el momento de invitarles a reflexionar: "¿Qué os hemos dicho tantas veces? ¿Os parece bien vuestra conducta?"
-Oh no, el rollo otra vez...
-¡demasiadas preguntas! y esa carta que no se detiene, tan suculenta como un trozo de hamburguesa.
Jorge intentaba con una paciencia asombrosa recordarles la importancia de la buena educación, como recibir a los invitados y una vez más volvió a poner por ejemplo a Mini, siempre tan correcta, educada y estimada por todos. A ellos no les importaba esa explicación tan larga, les aburría, sólo pensaban en aquel momento en ¡la carta, la carta, la carta..!
Jorge, hizo una mueca de desaprobación, entendió que no servía de nada continuar con la reflexión y volvió de nuevo a recuperar su expresión habitual. Paso entonces al asunto que sostenía en la mano - Es una carta para Mini -, dijo.
Ahora la actitud era bien distinta, ¿eran los mismos de apenas unos minutos? Estaban en su cesta sentados, con mirada de buenos, expresión atenta, serena y los brazos cruzados.
Todos dirigimos la mirada hacia Mini que observaba desde el principio todo lo acontecido con serenidad y sabiduría, aunque al sentirse protagonista de aquella novedad comenzó a sustituir su expresión tranquila, por otra vanidosa y altiva, que guarda para las ocasiones especiales , los que la conocemos, detectamos ese brillo en sus ojos que utiliza en los pocos pero intensos momentos en los que se siente la principal protagonista.
Acudimos a sentarnos junto al fuego, los pequeños, los primeros en obedecer buscaron su sitio en la reunión familiar, Jorge miraba a Mini esperando su aprobación. Sin necesidad de palabras (entre los dos existía un fuerte vínculo). Compartían un lenguaje telepático especial, basado en miradas, respeto mutuo, silencio, caricias en las noches frías junto al fuego, paseos diarios y mucha paz.
Por ese motivo estaba seguro de tener su permiso. Leer una carta ajena, era algo que nunca sería capaz de hacer.
Fue a su escritorio a buscar el viejo abrecartas de la suerte, intentando en todo lo posible no alterar la perfección de aquel original sobre, y así conservarlo en la caja de recuerdos de la familia.
Todos le miramos con curiosidad y atención, en silencio, hasta que extrajo un papel doblado que abrió y se dispuso a leer.
Continuará...