Historia de amor imprevisible
De repente se pararon los coches.
La calle se hizo mansa
y tú te fuiste suavemente, sin prisas.
No volví la cabeza.
Mis pies caminaron por sí solos
encadenados a la plácida quietud
de la ciudad inventada por tus manos.
Me gustaba sentirte solo mío
en esta lejanía de semáforos verdes.
Podemos seguir eternamente vivos el uno para el otro
sin esperarnos nada,
sin el menor resquicio de futuro
Elsa López
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