Diosa de la justicia- Rafael |
Siendo niña, antes de saber siquiera quién era Sócrates, supe de La Justicia de una manera poco ortodoxa, la verdad. Empecé a entender el concepto a través de las películas.Unas veces eran de vaqueros, otras de romanos... Mi educación dependía de la programación limitada de la única televisión de la que disfrutábamos en los 80.
Recuerdo que en la sobremesa de los sábados, mis hermanos y yo nos sentábamos frente a la tele con el ánimo inquieto. ¿Cuál pondrían? Era una incógnita que se desvelaba cuando aparecían, por ejemplo, las letras amarillas sobre el fondo rojizo del Cañón del Colorado o el azul deslumbrante del cielo de Arizona. Los títulos de crédito presentaban los nombres de las estrellas de Hollywood de los 60 anunciando el western. Entonces, mi padre, con alborozo infantil, (supongo que evocaba su infancia como hoy yo evoco la mía), levantaba los brazos y celebraba que la película de ese día fuera una del Oeste. Tengo que decir que la capacidad que tenía mi padre para contagiarnos su entusiasmo era ilimitada. Así que yo atendía a la trama como si se tratara de un asunto familiar. Como era muy pequeña, de vez en cuando apartaba la mirada de la acción para asegurarme de que los ojos de mi padre seguían brillando y así perseverar en mi interés hacia el cruce de disparos. Si aquéllo le gustaba a papá es que tenía que ser algo importante.
Durante dos horas todo era perfecto. Los malos eran malísimos y los buenos, buenísimos. Todo era blanco o negro. No había grises. No había sombras. No existía el conflicto. El John Wayne de Río Bravo impartía justicia a cada paso que daba. Todo era sencillo. Llegaba el The End y uno tenía la sensación de haber presenciado un acto sagrado. Cuando llegaba el lunes me iba al colegio con la lección aprendida y el firme propósito de ser buena. Sin más.
¿Dónde quedaron nuestros propósitos?
El término Justicia está tan manido, tan revestido de poder, tan adornado de intereses que lo hemos disfrazado. Hemos convertido a La Justicia en mera entelequia. Pretendemos que sea ella misma la que se desnude para sernos útil cuando la injusticia nos resulte obscena.
Esta semana no hago mas que oir hablar de justicia a propósito de la Operación ¿Apache?, no, Gerónimo, y la muerte de Bin Laden. El lunes, Barack Obama, al anunciar que las fuerzas norteamericanas habían abatido al líder de Al Qaeda sentenció: "Se ha hecho justicia"
¿Justicia?
En el western clásico, el salvaje Oeste se regía por normas de honor. Si te batías en duelo no podías disparar antes de dar los diez pasos de rigor. Tampoco podías matar a alguien por la espalda, era de cobardes. Si le descerrajabas un tiro en la cabeza a un hombre desarmado eras un asesino. Y si un forastero asaltaba tu rancho y pasaba a cuchillo a tu familia debías esperar a que el sheriff le arrestara y el juez dictara sentencia. El linchamiento no era una opción. No era justicia. Era venganza.
De modo que si tengo que elegir entre la austera interpretación de John Wayne en Río Bravo y la seductora del presidente de los Estados Unidos de América y Nobel de la Paz, Barack Obama, me quedo con la primera.
John Wayne me resulta mas creíble.
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