viernes, 17 de octubre de 2014

Sinfonía de Otoño

The Journey Elizabeth Shippen Green (1871–1954)



Todos hablaban en voz baja, mientras su rostro dormido gritaba de ella con más intensidad que nunca.
Allí tras el cristal se apreciaban con claridad concavidades y ángulos conocidos, familiares. Tan intensamente que en algunos momentos me hicieron estremecer. 
Allí en ese frío lugar donde se yace fuera de toda dimensión corporal y suspendidas en el aire aparecían desnudas las emociones puras, las palabras y muchas escenas de vida. 
Y quedaron lejanas, paisajes, voces de otro tiempo vivido que llegaron y me asaltaron sin pedir permiso.
Mari descansó por fin después de un largo y pedregoso camino y hoy se merece mi recuerdo y mucho más.
Emprendió un viaje, con billete reservado desde hacía tiempo,  en zona de fumador, donde la puede acompañar para siempre su viejo e inseparable pitillo humeante.
Parecía sola, pero yo tuve la certeza ese día que ya no lo estaba. Permanecen a tu lado tantos rostros que me acompañaron, tan queridos y ahora invisibles a los ojos pero siempre presentes.
Los que estuvimos junto a ella en la despedida besamos su rostro por última vez y  la contemplamos con la tristeza y el respeto que impone la muerte.
 Es curioso, ella que siempre prefirió vivir a la sombra, este día llegado del destino la convirtió por unas horas en protagonista.
Y la memoria de infancia regresó y me encontró en las horas de obligada siesta en una habitación con mis hermanos,  siempre a nuestro lado, cariñosa, juguetona, natural, con ese aire indómito que la hacia diferente a los demás. Sus cosquillas en la espalda, (con diferencia), mis preferidas como sus fideos con hierbabuena. 
No tenía que hacer nada especial para que la quisiéramos tanto, sólo existir, nos gustaba así tal y como era,  joven, rebelde, limpia, con su pelo corto de una negrura eterna, alejada de todo tipo de vanidad, sin maquillaje. La adolescente que nunca crece a los ojos de un niño y esa rebeldía la coloca en el peldaño de medalla de oro entre todas las tías de nuestra infancia. 
 Su bondad y ese inmenso amor que no precisa de palabras para expresarse. 
Hoy por fin junto a esta luz dorada de este atardecer me lanzo a extraer de nuevo mis pensamientos.
Intentando aprender a desentrañar ese gran misterio que se esconde detrás de esa luz que tantas veces he visto atrapada entre la espuma de las olas o cuando la veo aparecer detrás del horizonte,  quizás allí resida la explicación a lo inexplicable.
 Quiero apartar esa gruesa manta de tristeza que ha cubierto su imagen en los últimos años de vida.
Quiero darle la despedida que merece. No con amargura, por eso elijo, para que aparezca otra vez ante mis ojos tan pura y auténtica como la conocimos y empiezo a entender que la vida sigue para los que quedamos tan intensa y delicada como siempre.
Decido quedarme y me quedo con los más bellos recuerdos,  hubo tantos. 
Decido no olvidar lo que la he querido, su grandeza escondida y todo lo hermoso que había en ella.
Eva

(Dedicado a la memoria de Mª Carmen Campos Girbes)


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