lunes, 11 de noviembre de 2013

Una casa en la Malvarrosa



"Seguir adelante como si no supieras nada, ni tu edad, ni tu sexo, ni el aspecto que tienes. Seguir adelante como si estuvieras hecho de gasa... Una niebla que pasa a través y por la que se pasa a través sin que pierda su forma. Una niebla que pierde su forma sin dejar por ello de ser. Un niebla que finalmente se disuelve, desperdigando sus partículas al sol."
Peter Matthiessen

Este fin de semana mi almohada me ha seguido hasta un nuevo hogar. La habitación que nos habían preparado  con amor, luminosa, amplia. La cama demasiado grande para el poco espacio que ocupamos cuando comienza la despedida del verano.
Amanece directamente en mis ojos. Una luz rojiza atraviesa la piel de mis parpados y los invita a abrirse. El espectáculo me hace interrogarme si aún sigo soñando.
Un viejo olivo a escasa distancia de mi cama. Desde aquí descubro todos sus secretos,  su intimidad. Sus ramas me protejen y entre sus pequeñas hojas se filtran destellos de luz brillante.
Algunos gorriones  se cobijan entre sus ramas y con leves impulsos las hacen temblar.
Cuanto tiempo hacía que no amanecía junto a la belleza de un arbol.
Rescato de mi memoria la imagen de la última vez que dormí junto a uno...  Así, tan próxima. Era un limonero. También hasta aquella casa llegaban los pájaros y  la brisa del mar. Fué un verano inolvidable en la isla de Formentera. Otra época que ahora me parece lejana y distinta. Distintos encantos. No se apreciaba el espectáculo del amanecer reflejado en el agua, había que esperar a la tarde para presenciar el milagro. Las noches con el brillo de la luna y escaseando la luz artificial acudíamos a la  junto a la mesa niños y mayores. La oscuridad del cielo, el canto de las cigarras, y la llama oscilante de una vela, testigos de noches felices. Jugando con  el misterio de unos vasos que se rompen inexplicablemente y se convierten argumento de historias de misterios y casas encantadas.
Risas, canciones en las voces de los niños que ya no són.
 Me pregunto si aquella Eva que disfrutaba tanto de cada cosa, sigue siendo la misma que hoy contempla este nuevo día. En mi mente conviven mezclandose imágenes de pasado reciente y lejano,  de amaneceres bajo ese otro arbol y mientras mi mirada del presente juega con los destellos de luz. No cierro del todo los ojos para buscar ese brillo dorado perfecto, qué por breves instantes se filtra entre las pestañas y hechiza.
 No escucho voces de niñas. Mi aterrizaje después del sueño es ahora más lento y suave. Con mucho más tiempo para saborear mis pensamientos.
Alguien se despierta a mi lado, al girarme encuento en sus ojos  el brillo que buscaba en este juego de luces.

Me veo pequeña bajando de un coche, corriendo hacia el agua, compitiendo con mis hermanos por llegar antes a la playa.
Corro detrás  de mis hijas sobre la arena que quema tanto. Una  lo resiste valiente, ahora pisa arenas lejanas, igual, sin quejarse. Otra sobre los hombros fuertes de su padre. Alcanza a su manera la orilla, yo les sigo con la vista y sonrio cuando las veo nadar.
  Hoy la misma urgencia y ganas de acercarme hasta la playa, de perderme en su grandeza, de buscar tesoros en la arena.
 En la cena de la última noche no habían niños. Compartimos el vino, la luz de las velas, escuchamos nuevas historias que quedaban por llegar. Algunas sólo existían en nuestros sueños y algunas que presiento que llegarán del mar.


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