sábado, 26 de abril de 2014

Sherlock Holmes

    Arthur Conan Doyle  (1859 -1930)


A Sherlock Holmes pareció seducirle el proyecto de dividir su vivienda conmigo.

-Tengo echado el ojo a unas habitaciones en Baker Street -dijo-, que nos vendrían de perlas. Espero que no le repugne el olor a tabaco fuerte.

-No gasto otro -repuse.

-Hasta ahí vamos bastante bien. Suelo trastear con sustancias químicas y de vez en cuanto realizo algún experimento. ¿Le importa?

-En absoluto.

-Veamos..., cuáles son mis otros inconvenientes. De tarde en tarde me pongo melancólico y no despego los labios durante días. No lo atribuya usted nunca a mal humor o resentimiento. Déjeme sencillamente a mi aire y verá qué pronto me enderezo. En fin, ¿qué tiene usted a su vez que confesarme? Es aconsejable que dos individuos estén impuestos sobre sus peores aspectos antes de que se decidan a vivir juntos.

Me hizo reír semejante interrogatorio. -Soy dueño de un cachorrito -dije-, y desapruebo los estrépitos porque mis nervios están destrozados... y me levanto a las horas más inesperadas y me declaro, en fin, perezoso en extremo. Guardo otra serie de vicios para los momentos de euforia, aunque los enumerados ocupan a la sazón un lugar preeminente.

-¿Entra para usted el violín en la categoría de lo estrepitoso? -me preguntó muy alarmado.

-Según quién lo toque -repuse-. Un violín bien tratado es un regalo de los dioses, un violín en manos poco diestras...

-Magnífico -concluyó con una risa alegre-. Creo que puede considerarse el trato zanjado..., siempre y cuando dé usted el visto bueno a las habitaciones.

-¿Cuándo podemos visitarlas?
Fragmento extraído de la novela  Estudio en escarlata

Arthur Conan Doyle 







Sherlock Holmes

“¡No lo harás! ¡No puedes! ¡No debes!”, le gritó la madre de Arthur Conan Doyle cuando éste le comunicó su intención de matar a Sherlock Holmes en 1893, apenas seis años después de haberlo creado. Se había cansado del personaje que lo encumbró porque le acaparaba todos sus pensamientos; por ello le dio fin junto a su eterno rival, James Moriarty, en el relato El problema final (1893) durante la terrible y ya famosa lucha en las cataratas de Reichenbach, en Suiza. El público, indignado, clamó por su regreso. Así que el escritor escocés no tuvo más remedio que resucitarlo e inventó una nueva historia: El perro de los Baskerville (1902). Ya por aquel entonces entendió que su criatura se había convertido en el detective más famoso de todos los tiempos y que jamás se libraría de él. Lo que sí no se hubiera podido imaginar es que 125 años después de la publicación de su primera obra, Estudio en Escarlata (1887), su personaje continuaría siendo objeto de inspiración para escritores y cineastas, y más de 170 autores lo intentarían copiar, incluidos su cuñado y su propio hijo.


 "El caso de los ‘hijos bastardos’ de Sherlock Holmes", El País, 28.02.12


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