viernes, 7 de septiembre de 2012

Sevilla



Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero...

Allí regresamos, a la tierra de los poetas y el cante, la que nos vio nacer un día y nos quiere reconquistar recibiéndonos con hermosos palacios, iglesias, monumentos, calles y rincones donde se respira pasado de grandeza, arte y poderío. El barrio de Santa Cruz será nuestro hogar durante unos días, y en medio de la frescura de un patio andaluz planificamos el tiempo. ¡Todo me resulta excitante! Las impresiones del paisaje, el ambiente en las calles y las huellas de la historia. 

Apenas unas horas antes un inesperado resbalón en el baño me despierta del estado de irreal inconsciencia que suele acompañarme en los viajes, esta vez el golpe en la cabeza me alerta de la fragilidad en la que nos suspendemos dentro del universo, así que comienzo a cambiar alguna de las prioridades en mi lista de equipaje y añado sin esperarlo cuatro grapas en la cabeza, un vistoso moratón y lo más importante, una gran gratitud e ilusión por mi vida recién regalada. Será por eso que todo me parece hermoso, he aterrizado dispuesta a saborear cada momento. 

Estas viejas calles empedradas, tan estrechas algunas que abriendo los brazos acaricias ambos lados, la inmensa catedral que guarda tantos tesoros, o llegar ante el mausoleo que guarda los restos de Cristóbal Colón ha supuesto una emoción inmensa.
 Subir las treinta y cinco rampas que nos llevarán a lo más alto de la Giralda, donde saboreamos la mejor vista de la ciudad y el aire fresco que renueva nuestro espíritu. Viviremos horas intensas de exploración y libertad, noches inolvidables, las cena, el vino y muchas risas bajo una luna que lo envuelve todo.

Gente de todas las nacionalidades circulan a nuestro lado y miran con ojos exóticos. Mientras pronuncian lenguas extrañas, por momentos tengo la sensación de percibir los latidos del mundo.
 En los Reales Alcázares donde abundan estanques, fuentes, jardines... Aquí donde las musas campan a sus anchas por estancias y rincones evocadores de leyendas y poesía. Me recreo en la belleza de su contemplación y de los nombres que las preceden: Jardín de la danza, laberinto, jardín de los poetas, patio de las muñecas, gruta de los sultanes... Una mañana en el paraíso, con la mejor compañía que nadie pueda soñar, queda guardado en mi corazón.

A poca distancia de la ciudad se encuentran las ruinas de Itálica, que tiene sus antecedentes en el año 206 a.d.C. Tras de lo que se adivina como una gran labor arqueológica emerge una ciudad romana. Paseamos por calles donde se aprecia lo que un día fueron edificios residenciales, termales y donde emergen del fondo de la tierra que les cubrió tantos años esplendidos mosaicos con dibujos mitológicos y aves como la elegante rapaz que sobrevuela nuestras cabezas desde que llegamos a este museo a cielo abierto. Terminamos el recorrido jugando con el pasado mientras caminamos por la galería del Anfiteatro. Antes de salir como auténticos gladiadores a la arena, mientras en el cielo nuestra rapaz se eleva muy alto, me distrae su visión y pienso en los rostros de la gente que un día habitaron estas tierras; alguien debió con seguridad seguir con su mirada un baile semejante. Al regresar a su casa, ¿qué bebida tomaría para refrescarse? ¿Qué secretas composiciones se perdieron en el tiempo? Salimos buscando un lugar para el descanso, un refresco y un refugio bajo las ramas retorcidas de una vieja parra cargada de uva madura. 

El aire acude nuevamente fresco y se convierte de nuevo en el eslabón necesario para saborear las antiguas historias que acabamos de acariciar. Aún queda algo pendiente (sin ánimo de menospreciar al gran Antonio Machado), no querría abandonar la ciudad sin visitar la casa de Gustavo Adolfo Bécquer, ha sido mi petición al llegar. Un amable sevillano nos habla del Cristo del Gran poder y acudimos con devoción, pero no me atrevo a pedir nada,  ya me siento agradecida, sólo tomo asiento, respiro y lo observo. Pasamos como es tradición por detrás de la imagen para tocar su talón, salgo de aquí en paz y de camino al restaurante recomendado, mi cuñado Jaime me llama (estamos en la calle Conde de Barajas), -Eva, ¡mira la inscripción que lleva esa casa!-, allí leo: "En ésta casa nació Gustavo Adolfo Bécquer el 17  de febrero de 1836", cierro los ojos por la emoción, aquí nació el poeta que despertó en mí, y seguro en mis hermanos, los primeros sentimientos de amor a la poesía. Después de él llegarían otros muchos, distintos, pero esas emociones románticas de los primeros versos, se graban  en tu memoria y ahí se quedan para siempre.

El regreso nos devolvió a una nueva realidad, apenas unas horas para estar con mis niñas, que ya partieron hacia sus destinos lejos del hogar y sin poder evitarlo me siento triste cada vez que las veo marchar. El nuevo día amanece brillante y me siento mejor, pienso en Sevilla, en los momentos vividos, mis hijas en mi corazón. Sin saber por qué viene a mi mente una exposición que visité de Joaquín Sorolla en Valencia, llamada Visión de España. El célebre artista valenciano había elaborado  por encargo un recorrido por toda la geografía española para reflejar sus tradiciones. Acompañaban la obra pictórica algunas de las famosas cartas en las que aparecía el lado más afectivo del pintor, su mujer Clotilde García y su gran amigo y confidente Pedro Gil eran los destinatarios de estas misivas. En la exposición habían extraído fragmentos de éstas cartas y otros documentos relacionados con la obra que acompañaban a los cuadros dándoles un carácter más intimista. Los últimos lienzos del recorrido retrataban el ambiente sevillano, el baile, los patios, los toros, las procesiones, había captado sin duda la esencia de ese pueblo cargado de tradiciones, alegría y colorido. La exposición terminaba en la provincia de Valencia, la que considero mi tierra, no por nacimiento pero si por sentir. Al llegar al cuadro llamado las Grupas, Sorolla había escrito lo que en verdad sentí al ver la ciudad desde el cielo. Después de visitar la grandeza del territorio español vuelvo a mi tierra , no hay luz como la luz del Levante. 




 








 




























 











 



 














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