miércoles, 28 de noviembre de 2012

El secreto de los libros


 "Tener imaginación es ver el mundo en su totalidad. Los cuentos permiten al niño abrirse a ese flujo de imágenes que es su riqueza interior y aprender la realidad más honda de las cosas. Toda cultura es una caída en la historia, y en tal sentido es limitada. Los cuentos escapan a esa limitación, se abren a otros tiempos y otros lugares, su mundo es transhistórico. Por eso sus personajes son eternos peregrinos, como el alma de los niños. "Alma se tiene a veces. / Nadie la posee sin pausa / y para siempre", escribe Wislawa Szymborska. El poder de la poesía es dar cobijo a esa alma que busca un sitio donde pasar la noche antes de volverse a marchar. Y es en los cuentos de hadas donde se narran, de una forma más pura, esas andanzas del alma."
                                                       Gustavo Martín Garzo


Gustaf Adolf Tenggren (1896 - 1970)



      No faltaron nunca libros en casa gracias a la noble afición de mi padre a la lectura. Un viejo mueble librería presidía el salón donde descansaban estos familiares ejemplares que había ido atesorando desde su juventud, cuando comenzó a destinar parte de su presupuesto a adquiridos, leerlos y conservarlos para su futura familia. Después de grabar sus iniciales y una vez leídos los consideraba parte de él,  y así lo demostraba cada día con sus palabras.
Crecimos junto a ellos, formaban parte del hogar: libros de consulta, literatura, aventuras, poesía... primero ajenos a la consciencia de su auténtico valor,  su significado.
  El espíritu curioso infantil de los cuatro hermanos no dejaba nada en la casa por explorar, ningún ejemplar estaba realmente a salvo, lo que le causaba gran preocupación y uno de los escasos motivos   que podían hacerle perder su serenidad ejemplar. Poco a poco con los años íbamos descubriendo su verdadera importancia. Siempre que recurrías a ellos resolvías una duda, encontrabas algo nuevo, desconocido, interesante, emotivo, cuanto menos curioso; una historia,  un poema, una frase, una imagen,  toda la grandeza que encierran en su interior. Insólitamente, aún conservamos algunos de esos tesoros que heroicamente como viejos Samuráis sobrevivieron al paso del tiempo, las manos infantiles, la inconsciencia juvenil, los cambios de domicilio, incluso a mi propio progenitor. Algunos por desgracia se quedaron en el camino y otros rescatados por favoritos han despertado entre nosotros antiguas reyertas infantiles por su posesión, ahora que crecimos y con el tiempo ya entendimos su verdadero valor. 

 El primer libro que recuerdo verdaderamente mío (algo extraordinariamente inusual en un hogar con cuatro hermanos) fue un ejemplar de Heidi de la escritora Johanna Spyri traducido al español, era un volumen grande (o por lo menos en mis pequeñas manos así yo lo veía), con unas tapas duras, encuadernado a mano y con unas hermosas ilustraciones. Alguien debió de decidir que ya éramos lo suficientemente mayores como para leer nuestras propias historias.

Mi extraña y selectiva memoria no alcanza a recordar si fue un regalo por mi comunión o lo trajeron los Reyes Magos (en los que creí ciegamente hasta una edad más que razonable). Debía de contar yo aproximadamente con ocho años, aunque ya dominaba la lectura, los textos o cuentos que había leído hasta ese momento no excedían en extensión. Nunca antes había tenido un libro tan "gordo" y bonito entre mis manos, que estimulara más mi deseo de leer,  y curiosamente allí comenzaron mis dudas y primeros desvelos. Cada noche al irme a la cama, que por entonces compartía con mi hermana mayor a la que yo admiraba y admiro con devoción (ella con diez años), la veía leer libros de aventuras, novelas románticas... era una apasionada lectora de Puck siempre Puck o Las aventuras de los cinco. Yo cogía mi gran libro de Heidi, difícil de sostener por tamaño y peso e intentaba leerlo de un tirón hasta que el sueño me vencía, había días que podía llegar con mucho esfuerzo a la página veinte. Y así cada día vuelta a empezar (desde el principio) terminé por aprenderme las primeras páginas  de memoria.


                                                                Camino de los Alpes                                  

Desde la risueña y antigua ciudad de Mayenfeld parte un sendero que, entre verdes campos y tupidos bosques, llega hasta el pie de los Alpes majestuosos, que dominan aquella parte del valle. Desde allí, el sendero empieza a subir hasta la cima de las montañas a través de prados de pastos y olorosas hierbas que abundan en tan elevadas tierras. 


Por este camino subían, cierta mañana de sol del mes de junio, una robusta y alta muchacha de la comarca y, a su lado, cogida de la mano, una niña, cuyo moreno rostro aparecía sonrojado de ardor. No era sorprendente que así ocurriera porque, pese al fuerte calor, la pobre niña iba arropada como en pleno invierno. La pequeña no tendría más de cinco años: estaba tan sofocada, que apenas si podía avanzar.



 Llegué a pensar que nunca sería capaz de leerme un libro completo y mucho menos esos"tan gordos" que leía Pepita.
Un día mi padre me encontró extrañamente "callada y desanimada" en el desayuno, después de interrogarme le conté  mi gran problema, con lo que me gustaban a mí los cuentos y lo necesario que era para mi mente soñadora descubrir nuevas historias, me parecía que hacerse mayor ya no tenía tantos alicientes, me faltaba el alimento, tenía que recurrir a cerrar los ojos para imaginar viejas historias almacenadas, se agotaban los estímulos coloridos y fragantes que ya sólo vivían en mi mente. Demasiado mayor para que nadie me leyera un cuento e imposibilitada para resolver el enigma que bloqueaba mi imaginación. 
Había que ser una "superlista" como mi hermana para poder leerse un libro entero de tantas páginas. Mi padre comenzó a sonreír, ¿acaso no entendía la gravedad de este doloroso asunto? 
Hago un esfuerzo y ralentizo el movimiento de esa escena, detengo la secuencia, corto y archivo la imagen dentro de mi corazón. Los ojos de mi padre me miran como siempre, con amor, con comprensión serena. Su voz tierna va resolviendo uno de los grandes enigmas de mi existencia, la idea fundamental,  la luz - "No debes comenzarlo cada vez desde el principio,  basta con dejar una señal en la página donde te detenías y continuar desde ese punto, nadie puede leer un libro así, tienes que almacenar en la memoria lo ya leído, y continuar" Así de sencillo, la clave ante mis ojos y mi ansiedad cubriéndola.
 Se esfumaron de pronto mis dudas. Todos acuden a la mesa, que rico sabe todo lo que hace mi madre en esta pequeña cocina donde cabe tanto. Antes de salir hacía el colegio un abrazo cómplice, bien fuerte. Esa noche comencé la lectura en la página veintiuno.  

 Así comprendí cómo se puede leer un libro entero por primera vez, sus palabras me sacaron de la oscuridad, ya estaba preparada para recibir los tesoros escondidos en esos libros que él había guardado para nosotros y que ahora los veo como los cimientos, las semillas del conocimiento que había descubierto mucho tiempo atrás. Por eso cuando veo un libro en mi librería con las iniciales A.F. sé que es un libro distinto, si lo abro una voz me acompaña en la lectura,  saboreo su plenitud y sé que ahí se encuentra el misterioso espacio que comparto con él.
                                                                                                                                             Eva Ferrer

4 comentarios:

  1. más importante incluso que las cosas que te pasan es cómo las recuerdas. A mí me gusta cómo nos cuentas tus recuerdos. No sé... me hace sentir bien. Gracias

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    1. Gracias, hermano. Me siento muy, muy afortunada de formar parte de una familia tan inspiradora cómo la nuestra, nunca se acaban las películas.
      Enhorabuena por tu premio merecido, todos los que te queremos y admiramos(que somos muchos) nos sentimos muy orgullosos de ti.
      Un fuerte abrazo y mucha fuerza.

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  2. Había leído esta entrada, aunque no había publicado comentario alguno, disculpa. A veces, las prisas me impiden dejar huella en los lugares que visito, olvidando egoístamente que lo más importante de los blogs es el hecho de compartir.

    Me ha encantado el recuerdo a tu padre, también el mío dedicaba sus exiguos ingresos de niño de postguerra a adquirir libros que después fueron mis primeras lecturas.

    Un abrazo fuerte.

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