lunes, 8 de abril de 2013

El rostro lo dice todo

"Pido clemencia; soy un tigre salvaje"

Retrato de Ginevra de Benci- Leonardo da Vinci 1474-76




Mucho más que objetivos, lo que se necesita para vivir es un semblante", escribió Elías Canetti. Detrás de cada cara hay un secreto, una historia que desconocemos y que necesitamos urgentemente conocer, cuando la contemplamos a solas en un cuadro. No es fácil explicar esa pulsión que late en algunos retratos, pero en la vida también hay rostros que ejercen sobre nosotros un poderoso influjo cuando nos los cruzamos en una calle o los vemos recortados a contraluz sobre la vidriera de un café. No es algo que tenga que ver con la belleza, sino con el misterio. A veces lo que nos llama la atención de un rostro es un detalle tan insignificante como el lóbulo de una oreja, o un punto blanco diminuto y brillante en las pupilas. La primera vez que contemplé de frente la Gioconda, no pensé en su sonrisa, que es un icono universal, sino en su voz. Me imaginé el tono grave, un tanto extraño en la mujer de un panadero, sorprendentemente bajo, un poco enronquecido, como el de Jean Moreau.

A veces basta una pincelada difuminada justo en el borde superior del labio como un soplo para que el retrato hable. La vida no es más que un soplo de aire, pero a través de él empiezan a asomarse el deseo o el dolor, la incertidumbre, el desprecio, la experiencia… Todas las máscaras del alma.

Pintar la voz es algo que sólo han conseguido los grandes genios como Leonardo. El retrato de Ginevra de Benci también participa de ese misterio. Hay algo en su rostro que inquieta. Tal vez su impavidez estática, la severidad de la expresión, el aire fantasmal. Era una mujer joven, ingeniosa, bella y rica, pero con mala suerte. Su familia pertenecía al círculo florentino de los elegidos que frecuentaban el palacio de los Médicis y de niña creció en el ambiente de la academia platónica y de las veladas literarias amenizadas por el poeta Poliziano y el filósofo Marsilio Ficino. De madrugada, con las antorchas encendidas, jóvenes de cabello largo y pupilas afiebradas recitaban poemas en la terraza de la villa Bruscoli hasta que el alba empezaba a tintar de rosa el cielo de Florencia, erizado de campanarios. Sin embargo, a la bella Ginevra no la casaron con ninguno de aquellos poetas, sino con un comerciante de paños cuando aún no había cumplido los 16 años. Durante mucho tiempo se pensó que el cuadro que le pintó Leonardo era un retrato de boda encargado por su marido. Pero hace poco se descubrió que el encargo procedió de un diplomático veneciano, llamado Bernardo Bembo, que llegó a Florencia como embajador en 1475. Un tipo de 40 años con esposa e hijo, que se enamoró perdidamente de esta muchacha. Tenían un lenguaje en clave para entenderse con violetas que la joven Ginevra dejaba caer deliberadamente de su seno mientras atravesaba la plaza de la Signoria. Durante cinco años vivieron un idilio intenso y secreto que acabó de forma abrupta cuando el brillante diplomático tuvo que abandonar Florencia, requerido por otras misiones de su cargo. El mismo día de su partida, Ginevra se retiró al campo y desapareció del mundo. Lo único que ha quedado de ella es el cuadro de Leonardo y un solo verso inmortal escrito de su puño y letra: "Pido clemencia; soy un tigre salvaje". Hay que contemplar su retrato al amparo de estas palabras, pronunciadas tal vez con un timbre más oscuro que melancólico. La voz del retrato.




LEONARDO DA VINCI

"La belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte"

                                                     Thaïs -Meditation-Jules Massenet



Fuente:http://elpais.com/autor/susana_fortes/a/

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